miércoles, 19 de enero de 2022

SACRIFICIO

      La señorita Visi era santa y colérica; santa porque era buena y paciente con nosotros, colérica porque a veces hervía de santa indignación. Lo de la santa indignación nos lo decía cuando nos explicaba aquella escena en la que Cristo entra al templo dando zurriagazos a todo zurriburri. Así ella, cuando volvía de despachar con las madres en el vestíbulo y nos encontraba, al que más y al que menos, corriendo por la clase o tirando a los otros bolitas de papel, se transformaba y parecía echar rayos por los ojos, como el monstruo aquel enorme de la peli que luchaba contra King Kong y daba tanto miedo.

A la señorita Visi le gustaba oírnos cantar. “Si no es así no aprenden nada”, nos decía, y nos mandaba cantar la tabla del nueve, y luego las otras en descenso. También, llegado mayo, nos hacía rezar en clase el rosario, con todos sus misterios, gozosos o no, y la retahíla de ora pro nobis que nos sumía en un santo sopor, sobre todo si era primera hora de la tarde.

Visitación Sobrino, que así se llamaba la señorita Visi, tenía, no es broma, un sobrino, y además el susodicho venía a nuestra clase y era el encargado de mantener el orden cuando su señora tía se ausentaba. Virgilio, que así era su gracia, se encaramaba en la tarima y empezaba apuntando a los que hablaban, pero pronto era tal la zapatiesta que inundaba la pizarra con un “Toda la clase”, así torcido, de arriba hacia abajo, para empezar luego a borrar a los buenos. Primero, claro a los amigos, y luego a los que más chillaban diciendo “bórrame” a voz en grito. Así que, el remedio era peor que el mal y se repetían cada día los ataques de santa indignación y las escenas descritas más arriba.

Pero, Visi, tenía también su lado Jekyll y era paciente cuando explicaba los quebrados en la pizarra y cuando escribía muestras de caligrafía para que las copiáramos en nuestros cuadernos de papel milimetrado. Eso sí, le sacaban de quicio los borrones. Entonces aún escribíamos a pluma y era fácil apretar de más el palillero, o cogerlo con una postura inadecuada, y ya estaba allí la mancha oprobiosa que quedaba indeleble, a pesar del papel secante y del intento de rasparlo con la cuchilla del sacapuntas. No había piedad para el infame, que se veía obligado a pasear su delito por toda la clase y a repetir la hoja entera hasta que quedara tan inmaculada como la Virgen María, virgo potens, turris eburnea, mater castissima y demás.

Todo esto hubiera hecho de la señorita Visi una maestra de tantas, con sus luces y sus sombras, sus mieles y sus hieles, sus venga-guapo-que-escribes-muy-bien y sus ven-aquí-cínico-que-te-baldo. Pero lo que de verdad la hizo ser inolvidable fue un aciago suceso. Y es que la señorita Visi pasaba una tarde por el paso a nivel, camino del colegio, y la atropelló el expreso de Irún. Y es que, se supo luego, venía ensimismada porque don Cosme, un profe de Latín del Instituto Provincial de Enseñanzas Medias, la había rechazado. El choque fue brutal y quedaron por la vía dispersos los cuadernos que había estado corrigiendo. Aún guardo una hoja con un manchón de tinta en medio y la sentencia en rojo: “¡¡repetir!!”, mezclada con su sangre.



Concurso de relatos Zenda: Maestros inolvidables.

                                       #MaestrosInolvidables



4 comentarios:

  1. Muy evocador, quién no ha tenido una "Seño" como la Señorita Visi.
    En mi caso un coche se llevo por delante a un profesor y luego fue su mujer la que nos dio clases hasta octavo.
    Suerte con los concursos.

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  2. Muchas gracias, Ángel. Esta Visi siguió viva largo tiempo. Por otro lado todos hemos tenido profes curiosos y peculiares.

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  3. La maestra
    Tan buena como mi vieja
    y como ella nerviosa,
    de las que agrandan las cosas
    y que por nada se quejan.
    Tenía entre ceja y ceja
    esa cuestión del aseo,
    en lo mejor del recreo
    revisaba las orejas.

    Decía que un pajarito
    al oído le contaba
    los niños que conversaban
    cuando salía un ratito.
    Y si un grandote de quinto
    armaba la tremolina
    parecía una gallina
    cuando tira los pollitos.

    Nos tomaba la lección
    siguiendo el orden de lista
    y obligaba con la vista
    a escuchar con atención;
    yo era medio remolón
    porque andaba por la "G"
    y cien veces me chasquié
    al preguntar de a traición.

    Se pasaba todo el día
    prometiendo malas notas
    y que en vez de la pelota
    estudiaran geometría.
    Era mujer... y una mujer que sabía
    de un golcito de boleo...
    Por eso es que en el recreo
    los muchachos se reían...

    Pero una vez se enfermó
    y mandaron la suplente
    que enseñaba diferente
    y hasta de "usted" nos trató;
    y nosotros... ¡qué sé yo!...
    sería mejor maestra
    pero fieles a la nuestra
    declaramos el boicot.

    Y cuando vino al grado
    después de la enfermedad
    nos pusimos a gritar
    que casi la desmayamos
    y cuando vio tantas manos
    que la querían tocar
    de dulce se echó a llorar
    y nosotros la imitamos.

    ¡Pobre maestra mía!
    ¡Cómo estarás de vieja!...
    Revisame las orejas
    soy un chico todavía.
    No sabés con que alegría
    quisiera volverte a ver
    no me vas a conocer
    pero entonces te diría:

    Yo ocupaba el tercer banco
    al lado de la ventana
    el que abría las persianas
    cuando el sol no daba tanto.
    El que se ahogaba de llanto
    el día en que te dejó
    y que nunca, nunca te olvidó
    y es por eso que te canto.

    Vos sos esa dulce canción
    de la edad... de la edad que ya se fue,
    por eso vine otra vez67
    para darte la lección:
    pregúntame de a traición
    maestra del cuarto grado
    que cuanto me has enseñado
    lo llevo en el corazón...
    https://lyricstranslate.com POEMA DE HECTOR GAGLIARDI

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