“Ahora golpearé la tumba con los nudillos y saldrá la señorita que ha desaparecido de la caja”, dijo el mago. Y, en efecto, al tercer golpe se abrió la losa y emergió una señora de edad, delgada, macilenta y con los pelos enmarañados como si despertara de un mal sueño.
“¿Qué hago aquí? ¿Quién es usted? ¿Qué son esas luces?”, preguntó la recién llegada a los presentes.
Tras el primer momento de estupor, surgió una voz entre la concurrencia: “Aurelia, si es la Aurelia”. Y todo fueron aspavientos.
Aurelia volvió a reintegrarse entre los vivos. De Laly, nunca volvió a saberse nada.
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