martes, 18 de agosto de 2020

RONRONEOS

Sí, señorita, ya sé que no es normal presentarse a estas horas. Pero compréndalo, mi gato ha subido al tejado y solo se puede acceder desde su ático. Imagine que se cae, pobre animal, estos gatos caseros son como bebés, tan indefensos. Tiene usted una casa muy bonita. ¿El jarrón es de China? No me diga… ¡Qué interesante! Veo que le gustan los viajes, como a mí. Si se empeña…, pero descafeinado, por favor. ¿El gato?, no se preocupe, le oigo maullar feliz, la luna está preciosa. Por cierto, ¿le han dicho alguna vez que tiene ojos de tigresa?



LA GAVIOTA

Tuvo que ser en Montecarlo, y justo el día más feliz de mi vida. La condesa de Montigny me había rechazado a la hora del té. Mi mermada fortuna no estaba a la altura de su refinamiento. Después de esto solo me quedaba el tiro en la sien. Pero no lo haría aún, necesitaba un paseo de despedida. Decidí cenar en el Bar Americaine; una langosta Thermidor puede hacer memorable cualquier vida. Animado por el champán, acabé jugando en el Casino. Qué tenía que perder. Jugué pues y, tras varias derrotas, vinieron unas líneas, unos pares y, mágicamente, ese pleno al 23 donde había puesto todo. Fui feliz. Con ese millón de francos en mi bolso, mi amada Félicité no me rechazaría. Corrí a ponerme mi mejor traje oscuro. Sabía que a estas horas la encontraría en el salón de madame Girardin y allí fui presuroso. Pero tuvo que ocurrir. La maldición de los dioses en forma de esta mancha en pleno pecho, como una condecoración para la infamia. No tuve más remedio que volver a casa y proceder.