Soñaba a menudo con ella. Era
bella y misteriosa, y no estaba en los mapas. Al despertar, sentía el agrio
sabor de la pérdida. Por lo demás, mi vida transcurría como la de cualquiera.
Estudié, me casé y tuve hijos. Fracasé, encontré un nuevo amor y lo perdí
también. Era feliz a ratos, si se puede llamar así a la falsa placidez de quien
no sufre demasiado. Pero volvía a soñar y sentía de nuevo la desesperación de
la caída. Conocía islas en vacaciones, hasta que estas se hicieron permanentes.
Ya sin obligaciones, mi vida fue buscar. Hasta que vi el anuncio: “Visite la
isla de sus sueños”. En el barco todos tenían la mirada perdida de los sonámbulos.
Desembarqué solo, me interné en el bosque y reconocí al instante cada sendero y
cada árbol hasta dar con la casa. Estabas guisando y me esperabas. Eras la
misma de mis sueños, la que me decía ven con la mirada. Me he sentado a la mesa
como quien lleva aquí toda la vida. Pero probé la sopa y desperté.
Estupendo relato. Y precioso.
ResponderEliminarMuchas gracias, Juan Manuel.
ResponderEliminarEl final totalmente inesperado, me ha encantado.
ResponderEliminarUn saludo.
Aunque sea con un año de retraso...Gracias. Me alegro. Un saludo.
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