Salieron al campo y formaron para cantar el himno. Los otros se dispersaron por el césped y fueron colocando manteles y fiambreras.
El poeta estaba sobre la hierba bajo un manzano cuando le asaltó la certeza de que le hubiera pintado mejor yendo por ciencias.
El náufrago pintó lineas en la hierba, cogió un coco y se puso a exhibir su destreza. Pronto algún mono se acercó a pedir un autógrafo.
En el Paraíso la hierba mantenía siempre la misma longitud. Luego vino la expulsión y después se inventó el cortacésped.
Se jubilaron, se reencontraron y volvieron a rodar por la hierba, pero el esplendor ya no era el mismo.
A los 120 años todavía se acuerda de aquella infusión que prometía la inmortalidad. “¡Paparruchas!”, dice para sí con enfado.
Desayunaron sobre la hierba. Las chicas se pusieron cómodas. No contaban con aquel retratista oculto entre los árboles.
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