miércoles, 3 de febrero de 2021

UN MECHÓN DE MI CABELLO

No tiene nada de particular tener un mechón blanco en el pelo. Claro, no te fastidia, eso lo dice usted porque no ha vivido en mi barrio, porque no es hijo de mi madre, ni hermano de mis hermanos, ni ha tenido de niño un peluquero como Tino. Tinín, el puñetero, qué tío, más pesado que el plomo, más que una vaca en brazos. Cada vez que iba, que era cada poco, porque mi madre venga con la obsesión de que si tenía la cabeza muy grande, ay Toñín, hijo, vamos al barbero que así se te nota menos, que se van a reír los niños de ti. Qué obsesión, oiga, tenía la tía con la risura, todos tenían que reírse de mí, que si pobre Toñín para allí, que si pobre Toñín para allá… Sí, ya sé que es mi madre, que no es que no la tenga respeto, que bastante tenía para ella, con mi padre por allá, con sus asuntos y ella conmigo y con mis hermanos, pero es que no crea que es fácil, no, ser siempre el pobre, el desvalido. Y para colmo Tino; pinto, no te ibas a escapar, no, si alguna vez la haces parda… a ti te pilla la policía enseguida, por el lunar, ¿verdad señora?, bueno… así que me dice que no tuvo ningún antojo… no sé, algo de eso tuvo que ser, a una tía mía le entraron unas ganas tremendas de comer pan mojado en vino —que mire usted qué gustos, cosas de embarazada en tiempos de hambre— y ya ve, ¿conoce a Andrés, mi primo?, pues ya ve, con esa mancha, media cara de color burdeos. Así que lo tuyo no es nada, chaval, un lunar de nada; eso se quita con un poco de tinte, ¿quieres que te lo tiña? ¿se lo tiño señora?… Bueno, mejor de mayor, tiene razón, que luego es un lío, cada poco aquí… bueno pinto, que tal por el cole… ¿el del mechón, te llaman? ja, ja, bueno eso no es malo, peor es que te llamen maricón, ja, ja, ja, con perdón señora, aunque ahora ya no se sabe quien es quien, con esos flequillos y esas camisas de color rosa… no sé donde vamos a ir a parar.

Sí señor, sí, ya sé que los hombres somos libres y lo del libre albedrío y lo de que somos responsables de nuestros actos. Vale, vale, pero es que no fue sólo lo del peluquero, es que en casa, en mi propia casa, mis hermanos, pinto para aquí, pinto para allá, y mi padre ––cuando estaba que era de ciento en viento––, dónde está mi niño, con eso de ser el pequeño, y venga a tirarme del mechón y a decir, no vas a poder hacer ninguna picia, que todo el mundo sabrá que ha sido el del mechón. Sí, si él lo hacía con buena intención, eso ya lo sé, no se crea, seguramente pretendía tener unas bromas con los guajes, basta que estuviera poco en casa, para hacerse el simpático, pero es que yo ya estaba que mordía de tanto mechón y tanta historia.

Y luego el colegio, que no le digo más que el primer día que fui, pasa lista don Obdulio, aquel del bigote canoso, de cejas grandes y juntas, que metía miedo cuando se enfadaba y se le ponía aquella cara de buldog… bueno, se puso a pasar lista, y al llegar a mí, me mira y dice, pero de buenas, no se crea, como con extrañeza…usted… qué tiene ahí…¿pomada? Que, no vea, lo acabó de arreglar, porque si antes era el pinto y el del mechón, ahora todos los chavales, que ya sabe lo hijop… bueno, la mala leche que tienen por lo general, pues, ja, ja, ja, una carcajada de ésas que sólo se dan en un grupo de 30 ó 40, en una clase, que parecía que se iban a caer las paredes, hasta que “la Obdulia” ––le llamábamos así, entre nosotros, por joder ¿sabe?… perdone usted…–– pega unas palmadas de las que atruenan y dice con voz igual de atronadora ––que era así, su voz, no crea que exagero ni esto: “A callar o se quedan aquí hasta la noche”. Y se callaron, pero el mari…, quiero decir el zorro de él, se reía por lo bajo. Y luego, ya se imagina, dónde dejaste la pomada, pomadoro, y qué pasa pomatoso, pomón, espumadero… Todas las combinaciones que se imagina, que los críos puestos a inventar, son la leche, sobre todo para lo malo… Que ahora ya no, sobre todo desde lo que pasó, que imagino que si me vieran ahora no se les ocurriría… que va, ni borrachos… pero, durante mucho tiempo, me encontraba un conocido de aquellos, de la escuela, y enseguida me sacaban lo de la pomada y les pillaba entre ellos haciendo el gesto aquel que entonces me ponían tan a morir; hacen como si apretaran un tubo y llevan luego la mano a la cabeza, así como frotando… Y claro, acabó pasando… en fin, lo que usted sabe… que uno no es de piedra y tanto va el cántaro a la fuente que… en fin.

Y Tino, venga, cada vez que iba por allí, venga, Toñín, hombre, lo que tienes que ligar con ese mechón, esto no lo tiene todo el mundo, eh, vaya, vaya, pinto, mira que llevo años en esto y no conozco a nadie, bueno, hace años venía un señor, pero lo tenía aquí delante, tal que aquí, luego le salieron canas, y ya nada… son cuatro días, Toño, cuatro días, luego se te pone el pelo blanco y se acabó lo que se daba…

Me dirá que por qué no cambiaba de peluquería, qué fácil, ¿no? Sí, si intentarlo, lo intenté. De aquella se había acabado de instalar en el barrio uno nuevo, uno que decían que había estado en Londres ––Hollywood se llamaba el local, que ya eso me tendría que haber escamado––; así que fui un día, por probar, y se empeñó tanto en teñirme que me dejé; uno estaba ya desesperado. Muy moderno, vas a quedar fetén… si, si, cagüendiez, fetén... seis lavados en casa, con lagarto, y aquello no se iba, un rubio así como color de pollo, de esos, cuando se les pone la bombilla… ¿sabe como le digo? que ya me veía el resto de mi vida llamándome Piolín, lo que me faltaba, salir del fuego y caer en las brasas, si ya lo de teñirse era de aquella muy atrevido, casi de mariquitas... como que luego el “Joli” acabó liándose con el frutero de enfrente, que es la única vez que se han reído de alguien más que de mí, en el barrio, sobre todo cuando le cortó el pelo al hortera al estilo John Lennon, que el pobre no veía con aquel cacho de flequillo, y decía el tío que era como lo llevaba todo el mundo en Madrid. Yo me alegré, porque es la única vez que se han olvidado de mí y me han dejado en paz una temporada, justo hasta que la pareja se marchó de allí, porque ya casi les tiraban piedras por la calle, que ya le digo, entonces ––en mi barrio por lo menos–– la gente era muy bruta y sobre todo poco abierta para la cosa de las novedades.

Así que, con éstas, no hace falta que le cuente lo que me pasó en la mili, que allí el que destaca, ya se sabe, se la carga, que el tema es el escaqueo, el arte de estar sin que se note que estás. Pues con lo mío, ya me dirá. Si, si... dice usted que son manías, manías… pregúntele al cabo Flores, que el primer día que formamos, se me pone delante y me dice, porque era chaparro, el cab…, el cabo, eso quería decir, pues va el cabo de él y me dice: “Bernáldez, agáchese”, y me quita el gorro y se pone a observar mi cabeza y me dice: “vaya, vaya, pues la piel también es blanca”, como a un animal en un zoo, que… vaya una rabia que me entró. Y claro a partir de ahí empezamos a llevarnos mal y luego vino lo de la pelea, y el calabozo y uno, una vez que empieza... ya es difícil volver a encarrilarse, que, a partir de entonces, cada uno que me decía lo más mínimo, zaca, una hostia, con perdón, padre, una torta quería decir, y luego todo viene como embalado y uno se mete en malas compañías y le empiezan a señalar con el dedo y, qué le voy a decir, acaba uno aquí, en la trena, pero le juro que yo no quería, que si palmó fue porque se dio contra el bordillo, que total fue un golpe de nada… Solo le empujé, porque me miraba mal y creo que hasta hizo el gesto ése de la pomada y se reía con aquel larguirucho con cara de panoli que iba con él… No padre no, no quiero confesarme, si no le importa, no estoy de humor y… no le parezca mal, pero es que no me gusta mucho a mí eso de ir contando mi vida…


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