«El árbitro añadió catorce minutos», logré decir antes de quedar en
coma. Desde el otro lado escucho a mi madre decir que no entiende qué hacía yo
allí, “si a él no le gusta el fútbol”. Yo intento recordar quién era, pero mis
pensamientos son como una bechamel espesa. Lo que si noto son las manos de
Isabel en mi frente. No sé que es ella, pero siento el alivio. Hay más voces
que entran y que salen, sonidos diversos, pasos. Trato de pensar cuando cesa el
ruido. Así hasta esta noche, en que por fin el árbitro tuvo a bien pitar el
final definitivo del partido.
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