Al final del pasillo está mi madre. Voy a verla martes y jueves. Saludo
en la puerta, subo dos pisos, luego a la izquierda y, al fondo, su habitación.
Durante dos horas escucho las historias ya sabidas, las mil veces oídas con
placer. Luego le corto las uñas, la peino y me voy. Así hasta ayer en que me lo
impidieron. Grité, forcejeé. “Ya empieza con lo de la madre”, dijeron, y me
inyectaron algo. Ahora estoy despertando con la extraña certeza de que es
martes y la incertidumbre de si vendrán a verme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario