EL OTRO LADO
Empezó a llorar. “Mariquita”, coreaban sus compañeros en corro. No debía
llorar, pero no pudo evitarlo. Los gritos arreciaron, empezaron los golpes, le
escupieron. El ulular de la sirena deshizo el grupo en hilachas que se
reagruparon en filas perfectas. Estaba a salvo de momento, aunque en la clase
todo eran burlas y amenazas. Aquella tarde volvió a casa solo, por calles
apartadas. Soñó luego con un mundo diferente. Ese de respeto y libertad, del
que algunos hablaban. Pero despertó y las vallas erizadas de cuchillas seguían
allí.
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