Casi todas las noches se le aparecía cuando
lo tangible hace equilibrios en la cuerda floja del sueño. Iba muy elegante, con
un traje de chaqueta claro. Azul algunas veces, de ese transparente de las
mañanas de primavera; otras blanco, con la textura algodonosa de las nubes. Su
rostro era el más dulce que nadie pueda imaginar, y de sus ojos grandes emanaba
el cariño más puro. En el hospicio, Juan no estaba sobrado, y la presencia de
la “señora”, como la llamaba en su interior, llenaba en parte el hueco de una
madre. Nunca confió a nadie su secreto, como temiendo que ella no volviera.
Cumplió
la edad y salió Juan al siglo, y en medio del tráfago siguió teniendo el oasis
de esa presencia. Tras mucha soledad, encontró el muchacho una mujer a la que
quiso, se abrió camino y tuvo hijos. Pero siguió guardando para sí el secreto
de su gozo más íntimo.
Llegó Juan a esa edad en que todo se
atenúa, y la dueña secreta de su alma dejó de visitarle por un tiempo. Llegó justo
para cerrar sus ojos, que miraban sin ver.
Relato enviado al blog "Esta Noche te Cuento" para participar en el concurso con teme "la belleza". Febrero de 2020.
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