Su reflejo le espera, impaciente. Le ocurre desde niño, desde que se vio en el armario de luna del cuarto de sus padres. Más tarde, cuando empezó a afeitarse, fue el del baño. Y el del colegio. Y el del ascensor. Se veía impelido a ir de uno en otro con la angustia de que, cansado de esperar, se hubiese ido. Toda su vida ha sido un peregrinar apresurado. Hoy ha llegado hasta esta orilla y el reflejo no estaba. Quizás debajo, se ha dicho mientras rompía con su cuerpo la superficie mansa. El resto ha sido cosa del lastre de los años.
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