Hay un riesgo en preservar demasiado el patrimonio pecuniario, y es convertirse en una suerte de Dómine Cabra condenado a vivir en la más estricta miseria, aún teniendo bienes suficientes para una vida cómoda e incluso regalada. Conocí a un hombre de chaqueta raída y zapatos con agujeros que, siendo propietario de un edificio entero, subsistía a base de café con leche y algún bollo que mendigaba en barrios donde desconocían su pingüe hacienda. Aún recuerdo lo que contó el juez de guardia cuando asistió al levantamiento del cadáver. “Tenía los cables pelados, sin bombillas”, me dijo con visible desazón. Y total para que heredara un sobrino ingrato que lo vendió todo para fundirlo en una vida disipada. “Es el tejido inextricable de la vida”, me dice sentencioso mi abogado mientras le paso una relación de todos mis bienes con intención de donarlos a un hospital de Bangladesh.
Relato participante en el "XIII Concurso de Microrrelatos sobre Abogados".
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