Le pido que haga todo lo posible por mantener con vida a mi marido un poco más y me dice que sí, que no me preocupe, que él y su equipo van a dedicarse intensamente a su cuidado. Pasan horas de angustia y me dicen por fin que ya puedo verlo. Está sereno, sin gesto alguno de padecimiento; casi se diría que sonríe, y el color de su rostro es animado. Está, eso sí, inmóvil y vestido de gala. “Vamos”, dice una voz, “el pueblo espera para ver a su líder”.
Eso de guardar las apariencias se ve que se lleva incluso en el otro lado...
ResponderEliminarBuen intento, Antonio.
Vamos a ver qué nos sale con el número Pi...
Saludos.
Gracias, Alfonso. Por aquí seguiremos, tercos y animosos.
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