viernes, 24 de julio de 2020
ACERA DEL TRIUNFO, 64
Pinos Puente está muy cerca de Fuente Vaqueros, pero él no lo sabía. Se limitaba a estarse quieto. “No se mueva”, le habían dicho, y él firme, con su correaje, sus borceguíes, su diminuto gorro cuartelero terciado sobre el cráneo, y su pistola, esa pistolita como de juguete que de niño tanto me intrigaba. No leyó nunca al poeta, ni supo de su muerte, pero estaba allí entonces, en la mili, que nunca le gustó decir la guerra por no darse importancia. Me mira con sus ojos azules, a través de los muchos velos ya tendidos, y creo ver su miedo, su asombro, quizás su punto de ilusión por la aventura de estar lejos de casa a sus recientes veintiuno. La mano derecha reposa en una silla tapizada, en la izquierda los guantes de gala y un reloj de esfera cuadrada en la muñeca; toque de distinción, siempre le conocí uno redondo, más corriente. El poeta quizás había ya muerto, no hay fecha. Solo un detalle al pie: “Acera del Triunfo”. Curiosa dirección en aquella Granada del 36.
lunes, 13 de julio de 2020
VIDAS DE GOURMET
Soñaba a menudo con ella. Era
bella y misteriosa, y no estaba en los mapas. Al despertar, sentía el agrio
sabor de la pérdida. Por lo demás, mi vida transcurría como la de cualquiera.
Estudié, me casé y tuve hijos. Fracasé, encontré un nuevo amor y lo perdí
también. Era feliz a ratos, si se puede llamar así a la falsa placidez de quien
no sufre demasiado. Pero volvía a soñar y sentía de nuevo la desesperación de
la caída. Conocía islas en vacaciones, hasta que estas se hicieron permanentes.
Ya sin obligaciones, mi vida fue buscar. Hasta que vi el anuncio: “Visite la
isla de sus sueños”. En el barco todos tenían la mirada perdida de los sonámbulos.
Desembarqué solo, me interné en el bosque y reconocí al instante cada sendero y
cada árbol hasta dar con la casa. Estabas guisando y me esperabas. Eras la
misma de mis sueños, la que me decía ven con la mirada. Me he sentado a la mesa
como quien lleva aquí toda la vida. Pero probé la sopa y desperté.
LA VIDA VERDADERA
Soñaba a menudo con la isla. Era
bella y frondosa y no estaba en los mapas. Al despertar, sentía el agrio sabor de
la pérdida pegado al paladar. Mi vida fue transcurriendo como la de cualquiera.
Estudié, encontré trabajo, me casé y tuve hijos. Fracasé y encontré un nuevo
amor y lo perdí también. Era feliz a ratos, si se puede llamar felicidad a esa falsa
placidez de quien no padece demasiado. Pero volvía a soñar y volvía a sentir la
desesperación de la caída. Visité islas, una por cada año en vacaciones, hasta
que estas se hicieron permanentes. Ya sin obligaciones, mi vida fue buscar.
Hasta que vi el anuncio: “Visite la isla de sus sueños”. En el barco todos
tenían la mirada perdida de los sonámbulos. Desembarqué solo, me interné en el
bosque y reconocí al instante cada sendero y cada árbol hasta dar con la casa.
Estabas guisando y me esperabas. Eras la misma de mis sueños, la que me decía
ven con la mirada. Me he sentado a la mesa como quien lleva aquí toda la vida.